La tecnología ha transformado de arriba abajo el mundo en que vivimos, tanto a nivel social como productivo. Cada avance que se produce construye una realidad diferente. En las empresas, adaptarse a la velocidad a la que avanza la tecnología es un hecho absolutamente necesario para mejorar procesos, obtener ventajas competitivas, crecer en un mercado globalizado donde competimos con empresas que están a miles de kilómetros de distancia y superar crisis como la actual, provocada por el Covid-19. Muchas empresas han sucumbido a la pandemia, en muchos casos, incapaces de implementar procesos de transformación digital en sus estructuras organizativas obsoletas, incapaces de dar respuesta a este nuevo reto.
Esta brecha entre las necesidades de las empresas y las competencias de los profesionales se debe corregir a través de la educación y mediante un profundo cambio de mentalidad en todos y cada uno de nosotros: nunca dejaremos de aprender. Todos hemos sido educados en la Tercera Revolución Industrial, por lo que si queremos adaptarnos al mercado laboral y no sufrir problemas de empleabilidad debemos acostumbrarnos a renovar nuestros conocimientos cada poco tiempo. Esto es lo que se conoce como lifelong learning. La tecnología avanza, surgen nuevas formas de negocio, desaparecen puestos de trabajo, se automatizan otros y empresas que ayer eran referencias casi mundiales hoy luchan por sobrevivir.
La principal característica de este tiempo que estamos viviendo es la ruptura total con modelos económicos y sociales como los conocíamos. Será imprescindible que el proceso formativo continuo y evolutivo se asuma con la misma naturalidad con la que hemos integrado otros hábitos en nuestro día a día. Plantear nuestras vidas como una oportunidad de formación constante nos evitará riesgos futuros que hoy están causando grandes quebraderos de cabeza a esos profesionales cuya formación se queda obsoleta en periodos de tiempo cada vez más cortos.
Además, el hecho de que todos los profesionales se encuentren inmersos en un proceso de aprendizaje continuo disolverá las brechas y el distanciamiento entre generaciones: ni todos los aprendices serán jóvenes, ni todos los directivos estarán en el momento álgido de su carrera profesional, ni los más veteranos serán empujados hacia la jubilación obligada. La población va a seguir envejeciendo mientras que los gráficos de natalidad seguirán manteniendo su preocupante declive. Es lógico pensar que ampliaremos notablemente la duración de nuestras carreras profesionales y que ello nos obligará a un reciclaje importante.
En breve, afortunadamente, nos olvidaremos de esas empresas llenas de gente joven compitiendo duramente entre sí y expulsando innecesariamente a quienes por edad parecen haberse vuelto menos productivos. En las empresas se realizará una ampliación intergeneracional, donde las relaciones entre jóvenes y mayores constituirán un elemento tan cotidiano como enriquecedor. Veremos a varias generaciones de trabajadores renovando sus conocimientos continuamente.
Si algo hemos aprendido en los últimos años y se ha puesto aún más de relieve tras la crisis provocada por el coronavirus es que es necesario volver a diseñar la forma de trabajar, los vínculos y compromisos entre empresa y trabajador, la presencia física, la movilidad internacional y las políticas de formación y empleo. Todo converge en la necesidad de innovación, esencia de la 4ª Revolución Industrial y correa de transmisión de la economía digital. Porque los cambios tecnológicos que hemos experimentado hasta el momento no son nada en comparación con los que se producirán en la próxima década. Hay muchas más sorpresas —algunas más agradables; otras, menos— aguardándonos: Inteligencia Artificial, automatización, robótica y un largo etcétera de tecnologías.
En el nuevo paradigma laboral y económico, la educación no es un camino recto que sabemos dónde empieza (en la escuela) y dónde debería acabar (en la universidad) antes de empezar a desarrollar toda una carrera laboral en un mismo puesto de trabajo. Olvidémoslo, esto es un retazo del pasado. Nunca más será así. La innovación tecnológica, la creación de nuevos hardwares y softwares, y su implantación en los distintos departamentos provoca que las empresas demanden trabajadores actualizados, con las competencias necesarias para abordar los nuevos problemas que puedan amenazar a las organizaciones. En este sentido, la oferta formativa es cada vez más amplia, por lo que cada profesional debe formarse en aquello que va a necesitar y actualizarse para no tener problemas de empleabilidad en cada etapa de su carrera profesional, lo que se define como ‘reskilling’.
Y esta formación continua no puede interrumpir el desarrollo profesional de los trabajadores, es decir, no pueden abandonar su puesto durante un periodo de tiempo determinado para adquirir esos nuevos conocimientos. Deberán formarse mientras trabajan, y esto solo es posible gracias al aprendizaje en entornos digitales y a sus innumerables ventajas: flexibilidad y reducción de los costes de matrículas, revisión y actualización permanente de los contenidos, seguimiento pormenorizado, organización de actividades en grupos con intereses similares y la posibilidad de autoevaluarse y autodirigirse el propio proceso de aprendizaje.
La educación digital de alta calidad facilita una educación en 360º y arroja unos sorprendentes datos en cuanto a tasas de atención e interacción en comparación con las clases convencionales, sorteando simultáneamente las limitaciones físicas, geográficas e idiomáticas. Afortunadamente para todos, el conocimiento ha dejado de estar circunscrito a un espacio acotado. Las mejores universidades del mundo ya ofrecen estudios de posgrado para que los profesionales complementen y adapten sus habilidades a las necesidades de la Cuarta Revolución Industrial sin necesidad de asistir a un aula o de realizar largos desplazamientos.
La revolución digital demanda nuevos perfiles profesionales y otorga al universo formativo un ritmo diferente. Es vital para todos —empleados, directivos y la sociedad en conjunto— comprender e interiorizar que nunca dejaremos de aprender y que el mercado laboral de la Cuarta Revolución Industrial demanda un profesional en permanente estado de reciclaje. Quien no se suba a este tren rápidamente corre el riesgo de quedarse en la estación de la obsolescencia digital.
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